Irving comenzó a trabajar en el negocio de macetas de su tío a los 8 años, cuando su única responsabilidad era mantener limpio el taller. Mientras crecía, fue obteniendo más responsabilidades, hasta llegar a ser el dueño. Actualmente, sus macetas se venden en 11 estados de la República e incluso han llegado hasta EE.UU. Irving considera su negocio como un tema familiar, donde recibe completo apoyo de su esposa, sus 3 hijos y sus 5 colaboradores, que también ya son considerados parte de la familia. Orgulloso de la tierra que lo vio crecer, Irving se dedica pasión a su labor, no sólo por ser un medio de vida, sino para que cada vez más personas reconozcan a su municipio como el número uno en producción de macetas.

Entre máquinas de coser, hilos, telas de colores fluorescentes y 11 empleados, Dalila recuerda sus inicios: a los 14 años su hermana le enseñó a confeccionar vestidos y chamarras, notó que su fuerte no eran los botones, los ojales ni planchar la tela a cada momento, entonces incursionó en el mercado de trajes de baño. “Además me gusta hacer que las mujeres se vean bien, que se sientan cómodas y con confianza”. Hoy en día, Dalila tiene grandes clientes en CDMX, Hidalgo, Nayarit, Colima, Belice y EE.UU., cuando tiene la oportunidad de ver sus diseños en los aparadores, le llena de emoción el resultado de su trabajo. Perseverancia, entusiasmo y pasión son, en sus propias palabras, la clave para lograr sus metas.

Un negocio de tres generaciones que cuenta con la preferencia de las casas constructoras de la región, Inés Yolanda comenta que se ha conseguido el éxito gracias a la calidad y variedad de su producto. Yolanda comenzó a aprender del negocio a los X años, ya ha enseñado todo lo que sabe del mismo a su esposo y actualmente continúa aportando ideas y atendiendo a sus clientes sin descuidar las actividades de su hogar ni la educación de sus 4 niños. Incluso, ya también ha comenzado la preparación de la cuarta generación con su hijo de 16 años quien aprende a cocer los ladrillos, mientras se prepara para terminar una carrera para así mejorar el negocio familiar.

A pesar de haber ido en busca del sueño americano a los 21 años, Adrián regresó de visita a México para quedarse ya que una de sus tías lo estaba esperando con una mejor oportunidad: quedarse con la ferretería que ella había abierto. Al principio Adrián se resistió debido a que no conocía el mercado, pero con el apoyo de su tía logró ganar confianza. Siete años después, con dos sucursales abiertas y cinco colaboradores, Adrián confirma que la decisión de continuar el negocio de su tía fue lo mejor que pudo haber hecho y al preguntarle acerca de regresar a Estados Unidos responde: “Allá no regreso, sólo si voy de visita”.